Orar el mal que nos rodea

En el último encuentro de Orar juntos la vida Pablo Alonso sj, profesor de Sagrada Escritura en la Universidad de Comillas, nos invitó a no vivir de espaldas al mal que nos rodea, a atrevernos a mirarlo de frente y a vivirlo buscando un sentido. A pesar de que son muchas las situaciones que nos parecen injustas (las guerras, las enfermedades de los niños, las víctimas de violencias de todo tipo) y a pesar de los sentimientos de miedo, ira o tristeza que producen en nosotros y que incluso pueden hacer que en algunos momentos se tambalee nuestra fe y nos preguntemos por el silencio de Dios, la reacción de un cristiano no puede ser nunca mirar para otro lado, ignorar a quien sufre.

Nuestra mejor guía en estos casos es, como siempre, Jesús: miremos cómo Jesús se comporta ante las situaciones de sufrimiento. Para empezar, Jesús se coloca siempre del lado de las víctimas, porque el mal no es una entidad abstracta, produce efectos concretos en personas concretas. Jesús ve a las víctimas y se acerca a ellas, como el buen samaritano ve al hombre malherido y no pasa de largo. Pero, además, Jesús mismo se deja tocar por el sufrimiento, desde las tentaciones hasta la cruz, pasando por la angustia que delata la oración en el huerto de Getsemaní. Jesús sabe lo que le espera, acepta el sufrimiento, no huye. Sin embargo, con su resurrección viene a decirnos que el mal no tiene la última palabra.

¿Cómo orar cuando sentimos tristeza, ira, miedo o cuando nuestra fe se tambalea al contemplar el mal tan presente en tantos hechos y fenómenos de nuestro mundo contemporáneo? Aquí San Ignacio puede ser de gran ayuda. En la tercera semana de sus Ejercicios espirituales nos da algunas claves: a) sentir compasión por las víctimas y dejarnos mover por esta compasión en la contemplación del propio sufrimiento de Jesús en la cruz; b) contemplar la sufrida pasividad de Jesús que, incluso cuando su vida está a merced de los demás, no pierde su mirada amorosa: el amor es en Él más fuerte que el sufrimiento y desde el amor se enfrenta al mal; c) depurar nuestra imagen de Dios, que no actúa desde su omnipotencia y que nos permite conocerle, como Job, en nuestro propio sufrimiento en el que nos descubrimos frágiles y vulnerables; d) crear una conexión afectiva con Jesús, que me acompaña y me invita a una transformación personal: estar dispuestos y disponibles para el amor. El Dios que Jesús nos revela es un Dios escondido, sufriente, amante en su pasividad, que nos invita al compromiso con los ojos puestos en Él.

Nos vemos en el próximo encuentro el 4 de abril en la sala Arrupe para Orar la ciudad que habitamos con José García de Castro.

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