Orar juntos la vida se celebró, este mes de febrero, en la cripta de la casa. José Luis Sánchez Girón, SJ fue el encargado de guiar a los participantes en esta reflexión orante.
La Iglesia es una comunidad de oración y en la oración se funda nuestra relación con Dios. Son muchas las ocasiones y formas de orar: desde la adoración eucarística hasta las horas que vertebran la vida monástica, sin olvidar la eucaristía, la oración por excelencia de la Iglesia que nos constituye como comunidad orante. Sin embargo, en el día a día nuestra vida como creyentes se fundamenta en la oración personal. Es este un tema que vertebra todo el ciclo de Orar juntos la vida y, por eso, el pasado 1 de febrero José Luis Sánchez Girón sj ofreció algunas claves para ejercitar la oración personal.
Nuestra oración cotidiana es el tiempo de lo gratuito, de ofrecer gratuitamente nuestro tiempo a Dios. Es un momento en el que buscamos la conexión con el centro de nuestro ser, que es Dios. La oración se fundamenta en cinco convicciones: Dios existe, está, actúa, me ama y se comunica conmigo.
Para rezar busca un lugar solitario y silencioso. Si no tienes rutina de oración puedes empezar simplemente contemplando una vela o escuchando una música relajante durante unos días; más adelante puedes leer el evangelio del día y transportarte a la escena, sintiendo que Jesús te habla a ti directamente; cuando hayas afianzado esa práctica, puedes llevar a la oración alguna cuestión que necesite una respuesta, un discernimiento, y ponerte a la escucha de lo que el Señor quiera decirte, sin dejar que el silencio se llene de tus propias preocupaciones.
Hay dos cosas que nos pueden ayudar en el tiempo de oración. La primera es imaginar al Señor rezando en ese momento. Es inspirador contemplar a Jesús en oración, tal y como lo encontramos en diversos pasajes de los evangelios: rezando en momentos de alegría, en momentos de inquietud y zozobra, y en momentos de angustia. La segunda es recrearse en el recuerdo de algún momento de tu vida en el que has sentido con fuerza la certeza de que Dios existe, de que te ama, de que puedes confiar en él. Conectar con ese recuerdo, con lo que has sentido en ese momento, fortalecerá sin duda tu fe.