Camino de conversión

Reflexiones para vivir la cuaresma como un camino de conversión cuyo horizonte e ir siendo más capaces de mirar el mundo como Dios lo mira [Ej 102]

La celebración de los 500 años del inicio de la conversión de Ignacio es una oportunidad para reflexionar sobre cómo los diversos aspectos de la Espiritualidad Ignaciana están al servicio de la transformación de las personas hacia una mayor identificación con Cristo. Con este enfoque se plantearon las charlas cuaresmales que dirigió el P. Rufino Meana sj la última semana de marzo en la parroquia

Cada sesión ha venido introducida por oración de Arrupe, como si se tratara de un mantra: “…enséñanos Tu modo para que sea nuestro modo…” y concluía con otra célebre y necesaria oración de petición en el mundo contemporáneo: “Hazme un instrumento de tu paz…”. Ambas sintetizan la necesaria tensión del paradigma ignaciano, oración y acción, que ha estado presente a lo largo de la semana.

Los temas tratados han ido desgranándose desde la consideración de la conversión de Ignacio como una auténtica cuaresma existencial en la que ocupa un lugar importante el coraje de ser; la fuerza para buscar y hallar sentido para la propia existencia cuando la vida prevista y aparentemente estable se viene abajo. La vivencia de fragilidad es el detonante para comenzar a mirar el mundo de modo diferente e ir descubriendo que, en la mirada de la Trinidad, mostrada por los evangelios en la vida de Jesús, está la respuesta para vivir con sentido. Jesús es la decisión de la Trinidad, “hagamos redención del género humano” que es enunciada, al unísono, por María con su aceptación de ser colaboradora activa en esa tarea. Dios no desea hacer redención sin la colaboración de las personas y esa es la invitación para esta cuaresma, seguir la estela que deja María con su asentimiento y preguntarnos ¿qué he de hacer por Cristo?

Se ha hablado de la importancia de examinarnos bien para poder discernir bien, deliberar adecuadamente y determinarnos por lo que más conduzca al fin para el que somos creados; la mencionada colaboración. Además, hemos visto que ese fin queda enunciado en la vida de un Dios que se encarna por amor y con la intención de ofrecer al ser humano un norte; para que, si lo deseamos, las personas podamos elegir aspirar a vivir al modo de Jesús de entre los muchos otros modos posibles  que nuestra libertad nos permitiría. Jesús es el modo de existir que Dios soñó para el ser humano al crearlo.

Hemos hablado de pecado, impotencia, incoherencia como aspectos irrenunciables de la naturaleza humana y sobre la necesidad de ‘andar en verdad’, es decir en humildad, para alcanzar plenitud. Dios no llama a perfectos, sería antinatural, llama a quienes somos, consciente de quienes somos, para que colaboremos con Él; lo hace con un corazón misericordioso que da setenta veces siete oportunidades. El horizonte de perfección que Él espera del género humano es el de que seamos compasivos como Él lo es, no tanto aparecer como si nunca pecásemos o todo lo hiciéramos bien… La connatural imperfección humana, además, nos conduce a vivir en relación; sin otros somos inviables, y la comunidad eclesial tiene la función de fortalecer una fe, esperanza y caridad que tienden a flaquear si se viven a solas flaquearían si un tuviera que vivirlas a solas.

Por último, se ha enfatizado la dimensión práctica de la fe. En nuestra religión, aparece como evidente el respeto por una creación que brota del mismo sueño de Dios del que surgimos nosotros; también la solidaridad compasiva con todos los hombres y mujeres, particularmente cuando son más débiles, están más al margen o es más difícil incluirlos en nuestras coordenadas socioculturales o morales. Mirar como mira Dios otorga a la creación y a las criaturas un estatus tal, que uno se siente impulsado a amarlos y cuidarlos; la moral social de la Iglesia o las obras de misericordia aparecen como ejemplos clave a este respecto. El tiempo de cuaresma ha sido presentado como tiempo de ilusión en el que se nos da la oportunidad para caer en la cuenta de cómo podemos vivir más plenamente como Jesús en nuestros contextos, despojándonos de todo aquello que nos frena en este deseo. 

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