Si uno va por primera vez a Loyola, podemos decir que es un principiante. Y si además no sabe mucho de Ignacio de Loyola, conocer su historia es una sopresa. Y hacerlo allí, en el lugar donde arrancó su conversión, un privilegio.
Pues esto es lo que vivieron un buen número de personas de la parroquia (casi 50) que este puente del 1 de mayo se marcharon hasta el santuario guipuzcoano para pasar dos días de convivencia y celebración. Todos ellos pertenecen a los grupos de jóvenes adultos de la parroquia (Grupos Vida, Grupos Borja o al coro de 21,00h). Algo más de la mitad visitaban Loyola por primera vez. El resto, ya habían podido estar antes. Para todos fueron unos días bien bonitos de celebración y diálogo con aquel Iñigo convaleciente que empezaba a buscar la voluntad de Dios. Teniendo en cuenta, además, que muchos de los que viajaron a Loyola con la parroquia están en una etapa vital parecida a la de aquel que, ya dejando atrás la juventud, tenía sí o sí que encontrar su lugar en el mundo.
Viajamos a Loyola el martes 30 (en distintos coches, de modo que cada uno pudo salir en función de obligaciones y trabajo -ahí gran trabajo logístico de Lluis Salinas con toda la preparación previa-). Ese día fue tan solo momento de encontrarnos en el albergue, cenar y disfrutar un rato de tertulia, que en algunos casos se alargó hasta que ya de madrugada llegaban los últimos viajeros a la casa.
La mañana del día 1 fue tiempo para «caminar con Ignacio». Después de un momento en el que la gente se presentó -pues muchos, aun estando por la parroquia, se conocían solo de vista-. En un primer momento, José Mari R. Olaizola fue el encargado de contar el itinerario de Ignacio de Loyola. Una biografía en la que podemos ver muchos paralelismos y algunos aprendizajes con encrucijadas de hoy. Esto permitió tener después un rato más personal de oración, reflexión o evocación de la vida de Ignacio. A continuación, y pese a la lluvia, dimos un paseo por Azpeitia, viendo los lugares ignacianos (especialmente el Hospital de la Magdalena)
Tras la comida, y un rato de descanso, ya hacia las cinco nos fuimos a ver la basílica primero, y la santa casa después. Disfrutamos con la narración que en ella se hace de la convalecencia de Iñigo, y terminamos compartiendo la Eucaristía, en la que Fonfo Alonso-Lasheras nos invitó no solo a entregarnos a Dios, como Ignacio de Loyola, sino sobre todo a acoger al Dios que se nos entrega. Terminamos la jornada de la mejor manera posible, con una buenísima cena en una sidrería cercana. Y cantando a pleno pulmón (que se note el «acoro») hasta bien entrada la noche.
La mañana del jueves, tras recoger la casa, y aprovechando el buen tiempo, nos fuimos a Getaria. Allí pudimos aprovechar para dar un paseo por la playa (baño incluido, pese a la gelidez, ¡Sí! el agua cortaba de frío). Comimos después en la casa-albergue SJ de esta localidad, y tras un breve momento de recogida personal, compartiendo algunos ecos y mociones de este día y medio, dispersión. Unos volvieron, y otros se quedaron ya prolongando estos días por el Norte.
Una buenísima experiencia.