La tentación

Si tú preguntas, hoy en día la tentación tiene muy buena prensa. Es algo bueno en lo que hay que caer…  (La tentación como eslogan publicitario siempre funciona con este esquema: date un gusto, no te lo pierdas, cede y ya verás qué ganancia). Total, que parece que ver las tentaciones como algo negativo es propio de mentes estrechas y resentidas que han perdido la alegría de vivir. Según esto, solo los timoratos o los agonías tendrían miedo de arriesgarse a caer en la tentación que, a la postre, supone un buen rato y más de una satisfacción.

¡Qué lejos está esa imagen de la imagen de la tentación cristiana que se nos presenta en el primer domingo de cuaresma! Desde la fe llamamos tentación a promesas envenenadas, a cantos de sirena que, como en  la Odisea, solo conducen al naufragio si te dejas seducir por sus voces. La tentación es la apariencia que enmascara una celda. Ejemplos hay muchos. Hay una libertad tentadora que no es real. Es el pensar que los compromisos son ataduras. Según eso, eres libre cuando no te atas, cuando no te comprometes, cuando nunca dices “para siempre”. Y así nos va la vida, cada vez con más proyectos truncados prematuramente porque alguien no fue capaz de intuir que merecía la pena luchar por mantenerlos. Otra tentación es la de la imagen. Identificar estar bien con verse bien, y reducir los motivos a rasgos físicos, apariencia, belleza… Qué triste y qué vacío ese vivir pegado a un espejo.

¿Se os ocurren más tentaciones contemporáneas? Hay muchas. No lo olvidemos cuando, cada vez que rezamos el Padre Nuestro, exclamamos «No nos dejes caer en la tentación»

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