El primer día del Triduo ha sido intenso en la parroquia. Ya de víspera tuvimos la celebración de la Reconciliación. Una preciosa celebración de la misericordia en la que, ayudados por la invitación de Arrupe a examinar la vida -que Pablo Guerrero convirtió en guía para preparar la recociliación- pudimos disponernos para estos días.
El Jueves arrancó, por la mañana, con un «pregón de Semana Santa». Una ocasión para anticipar todo lo que vamos a vivir estos días. Con el hilo conductor de lo que nos cuentan las manos a lo largo de la Pasión, se fueron alternando los momentos de reflexión, silencio, canto y plegarias compartidas para ir asomándonos a las manos que llevan banderas, que se enfrentan, que sirven, que reparten el pan, las que se esconden, las manos que golpean, las manos vacías al final del camino, y manos que bailan.
La celebración de la Cena del Señor fue una ocasión para evocar y actualizar la memoria de la Eucaristía, del amor fraterno, y del servicio. En una celebración en que la iglesia estaba abarrotada, y en la que intervinieron personas de todos los grupos parroquiales, José Mari R. Olaizola reflexionó, en la homilía, sobre el amor y servicio, al modo de Jesús. Amar y servir, que no son dos actitudes distintas, sino dos caras de un misma actitud. El amor -dijo- es lo que hace Jesús al saciar las hambres profundas de su mundo (y del nuestro). Hambres que son mucho más que apetencias efímeras. Hambres profundas, auténticas, universales. El servicio requiere desnudarse, abajarse y concretar. Esas líneas principales le sirvieron para reflexionar sobre lo que vemos cuando miramos a Jesús y a lo que se nos llama cuando se nos invita a hacer esto en memoria suya.
El lavatorio estuvo participado por un buen grupo de personas de la parroquia, que prepararon la mesa y ayudaron después a evocar, contemplativamente, el lavatorio y la Última Cena.
Tras la celebración, el Monumento quedó preparado en el altar de San Francisco de Borja y numerosas personas se fueron acercando durante la tarde-noche.
Terminamos el día compartiendo la Hora Santa. Fue un rato de oración sencillo, intercalando pasajes del evangelio con posibles reflexiones de Jesús en el Huerto, donde ha de afrontar el miedo, la duda, la incertidumbre sobre el camino recorrido, y la aceptación final.