El 3 de enero en la eucaristía de las 20,00h tuvimos la ocasión de celebrar de manera un poco especial la fiesta de «El Santísimo nombre de Jesús». Esta festividad, que hasta hace unos años se celebraba el 1 de enero, pasó al 3 por iniciativa del papa Francisco para separarla de la solemnidad de María, Madre de Dios. El nombre de Jesús es también el nombre de la Compañía de Jesús, y por eso este día es la fiesta titular de la orden fundada por Ignacio de Loyola.
Un buen grupo de jesuitas, religiosas y laicos de espiritualidad ignaciana y de las distintas obras de la Plataforma Apostólica de Madrid se suelen juntar, en esta fiesta, para compartir ante Dios el agradecimiento por este proyecto del que formamos parte. Agradecimiento por la labor de la SJ y unos por otros. Agradecimiento por poder seguirle, y trabajar juntos por su Reino.
La eucaristía la presidió José María R. Olaizola, delegado de la plataforma apostólica. En la homilía insistió en las palabras de San Pablo a los Filipenses al invitarlos -e invitarnos- a tener «los mismos sentimientos de Cristo». Esta, dijo, es una preciosa definición del seguimiento. Para pasar a continuación a explicar cómo entender esos sentimientos sin caer en el emocionalismo que a menudo convierte la realidad en un espejo. El sentir de Cristo implica cercanía -al mundo y al Padre- , implica pasión por la realidad, e implica un compromiso que moviliza, hasta la cruz, y más allá.
La eucaristía contó con la participación de jesuitas de la ciudad, y de laicos de distintos ámbitos de la actividad en la plataforma que ayudaron con las moniciones, lecturas, peticiones y poema del final.
Gracias a todos por tomar en serio el nombre de Quien nos invita a seguirle y a compartir su camino.
LOS MISMOS SENTIMIENTOS DE CRISTO
Tener tus sentimientos, Señor,
es enraizarse en la historia.
Compartir
el ansia de esta creación,
hambrienta de existencia y destino.
Apreciar
lo diminuto,
lo lastimado,
lo ignorado
por voceros de apariencias.
Acoger
a quien no encaja
en los moldes
de lo conveniente y lo oportuno.
Sonreír,
enarbolando una esperanza
que no se apaga.
Temer,
y vencer al miedo.
Salvar distancias
para trenzar afectos,
aun arriesgando todo.
Llorar,
ante la cruz ajena
y en la propia
por la justicia lacerada
por la inocencia vulnerada
por la verdad adulterada
Y exultar,
anticipando
la vida plena
resucitada.